La Calle de Jesús
Hay muchas veces que los lugares son tan protagonistas como los propios personajes de la comedia o el drama. En todos los casos forma parte de la obra. Pero además estos escenarios, en la vida real, impregnan con su esencia a las personas que viven en ellos y en todo caso las condicionan.
¿Qué sería de Jack el Destripador sin la niebla de Whitechapel? ¿Qué sería de un vaquero teniendo un duelo en la Quinta Avenida? Y ¿Qué sería de este relato si no supiéramos el tiempo y el lugar donde ocurrió?
La calle de Jesús es una de las arterias principales de la ciudad de Valencia. Comienza en la Gran vía de Fernando el Católico y termina en el mercado y plaza de Jesús. Discurre recta, como una flecha, en paralelo a la calle de San Vicente, que es una parte de la Vía Augusta, la calzada Romana más larga de la Península Ibérica.
Esta calle era obligatorio recorrerla, como mínimo una vez en la vida por todos los habitantes de la ciudad, sin que influyera en ello su condición social. La calle de Jesús era paso imprescindible para llegar al Cementerio si antes no visitaban el Manicomio Padre Jofré.
Podemos encontrar en ella edificios muy característicos como la Finca Roja y a unos cientos de metros la Estación de Jesús que comunicaba Valencia con Villanueva de Castellón y muchos pueblos importantes de la comarca de la Ribera.
Esta estación fue trasladada hace algunos años a la Avenida de César Giorgeta y actualmente está cerrado el edificio y la estación ha sido transformada en estación del metro.
Todo ha cambiado. La calle ya no es aquella que en la juventud de los protagonistas cruzaban todavía los carros tirados por caballos, y los tranvías de las líneas 9 y 11 que eran entonces el principal medio de comunicación de la ciudad. Sólo muy de tarde en tarde algún coche circulaba haciendo sonar su estridente bocina para que la gente, no acostumbrada todavía a ellos, se apartara. Ahora en cambio es una calle muy concurrida con un verdadero caos circulatorio.
La calle ya no tiene al sabor de antaño y, aunque conserva el mismo nombre, ya no es el barrio de Jesús porque oficialmente se ha cambiado por un frío número. Ahora es, simplemente, el distrito 7.
Pero lo más importante no era esto. Lo más importante era la gente, su gente.
Los barrios de Valencia eran como pequeños pueblos dentro de la gran ciudad. Todos los vecinos se conocían y se ayudaban. Podían dejar las puertas de las casas abiertas y, solamente muy de tarde en tarde, se oía que habían cometido algún robo.
También, como en todos los pueblos, existían sus personajes imprescindibles: el maestro, el cura, el boticario, la cotilla, el borracho, la mujer de vida fácil y, por supuesto… cómo no, el tonto. No he mencionado al héroe, sobre todo porque es imposible nombrarlos a todos, casi todos los vecinos eran héroes. Madres heroínas que trabajaban hasta la extenuación y criaban a sus hijos con lo que ahora se malgastan algunas en un teléfono inútil para un niño. Hombres héroes que trabajaban de sol a sol con sueldos miserables para atender a sus familias, y niños héroes que se divertían en la calle rodeados de amigos con los que jugaban a las canicas y que, con cuatro tablas, se hacían un camión, un fuerte o un patinete, derrochando imaginación.
Vivíamos un mundo de carencias, más pobre en dinero, cierto, pero mucho más rico en humanidad, cariño y compañerismo.
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